Uno de los hogares más impactantes y que se abre a la indigencia es la calle: y los pobladores más impresionantes son los niños y niñas que todos los días se mueven de un punto a otro, enfrentando necesidades precarias, económicas, culturales, educativas, espirituales y emocionales.
En México las políticas públicas han puesto poca atención a las condiciones que colocan a esta población infantil en riesgo de vivir y trabajar en la calle; de hecho, programas como el Progresa (hoy Oportunidades) aún no operan en las principales ciudades en donde se ha registrado la mayor presencia de este fenómeno social, ni han sido diseñados o adaptados para las características particulares que presenta.
Son los rostros de los niños y de las niñas que reflejan a un mundo indigente, a un mundo en extrema pobreza, y es dicha pobreza se refleja en dos sentidos: la pobreza económica que los afecta para vivir bien y satisfechos, y la pobreza humana que hace muy poco por rescatar los rostros adoloridos no solo reflejan a un país sino al mundo entero.
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